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Con 17 años en el ámbito literario, lo cual nos impulsa a propiciar espacios para escritores noveles con nuestros talleres adscritos a la Red RELATA de MINCULTURA. Somos un equipo dedicado a trabajar en este sueño de versos, historias, creación y mundos por descubrir mediante la lectura y la escritura.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La silla. (Cecilia Pedroza, Sincelejo)

 

Aquí, amasando la baba entre los dedos

cayendo poco a poco al hoyo de la noche sin tener sueño.

Se ha cernido el día, queda el cieno

el mismo de ayer

el café amargo, el saludo al tendero,

mientras la silla me arrastra, me obliga a ir.

 

No pienso en los perros que orgullosos orinan las basuras,

ese aliento me recuerda la vejez.

Tampoco veo los fantasmas tras las ventanas,

rostros hervidos por el calor, caras viejas que el viento se llevaría como polvo,

solitarios

sin egoísmo que compartir.

Vagabundos

en sueños ajenos

en voces que cuchichean.

 

Suelo regresar intermitente,

el café amargo, el saludo al tendero,

mientras la silla me arrastra, me obliga a ir.

La esquina se mosquea,

amigables insultos entre la muchachada,

no quiero pensar que atizan el fogón de Satanás,

que se cocinaran entre ellos

el calor los arropará de muerte

y serán menos que los fantasmas en las ventanas,

serán la basura que orinen los perros.

 

Suelo llegar intermitente

a la noche,

a la oscuridad que me habita

a los deseos que la niebla en los ojos casi no deja ver

dispersos en lo poco que queda de mí

en el chasquido que me recuerda que respiro

en los aruños que se han vuelto mis venas

en la hierba seca que no para de crecer en el vientre.

Posar el resto de la vida sobre las nalgas

las agrieta, gritan,

la misma vida las pudre, me pudre.

 

Soy un árbol de ramas secas y ojos verdes

sin espacios limpios para anidar

inmóvil,

como ella que está allí, mirándome fija,

como una fotografía

ausente

presente,

Suele ser intermitente

en habitar los espacios fuera de mí

su recuerdo humedece mi cama, ríe y levanta el vaho de las cortinas,

su cabello se enreda con las ondas del techo

me ve desde el libro en el nochero,

se pasea entre las esporas de luz que bailan en la agonía del fogón,

desnuda baila en el humo de mi tabaco

el olor a café me llama como su voz

me susurra bajo cada pisada del tiempo que sigue aquí.

Sonríe en mi caja de dientes

amasa mi baba entre sus dedos de viento,

de frio y ausencia que escapan por las ventanas

dejándome pálido y vacío sin espacios limpios para anidar,

inmóvil.

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