II Era un hecho, la muerte se veía caminar en aquella habitación. Su cuerpo se arrastraba en la cama con sus manos oprimiendo su estomago. Parecía estar atrapada por una especie de convulsión que hacia estremecer toda su humanidad. El dolor se agudizaba poco a poco como si el acero de un puñal atravesara su vientre. Ya nada era igual. Su visión ― lo poco que le quedaba de ella ―, le mostraba sobre la mesa del fondo las flores marchitas compradas un día anterior, el sillón marrón, testigo de los embates sexuales de aquellos hombres acostumbrados a pernotar en su casa.
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